Hice un viaje a conocer las Universidades de Estados Unidos y la verdad es que me deslumbraron, sentía que era un ambiente que me iba a inspirar mucho. Fue una gran experiencia. Difícil, me fui muy joven, la comunicación con mi novia, quien hoy es mi mujer, era telefónica, una vez por semana y las cuentas de teléfono eran de 1000 dólares. No era como ahora que tenes face time y WhatsApp. Era la prehistoria. Wharton era una Universidad muy competitiva. Yo no estaba acostumbrado a ese tipo de ambiente competitivo para el estudio. Obviamente como persona del rugby que soy, me adapté rápido, pero no fue fácil. Philadelphia es una ciudad dura, me acuerdo que estaba en Punta del Este y el 3, 4 de enero me tenía que ir y llegar a Philadelphia era un golpe en el estómago muy fuerte. Aprendí muchísimo en esa época, fue una experiencia súper formativa para mí.

¿LA EXPERIENCIA EN STANFORD TE CAMBIO LA VIDA?

Primero hay que decir que no hubiera podido ingresar a Stanford si no hubiera hecho primero el curso de grado en Wharton y no hubiera existido Mercado Libre si no hubiera estado en Stanford. De hecho, Mercado libre nace en una charla que una persona viene a dar a Stanford y yo la llevo al aeropuerto y en ese viaje me dice que le encanta mi proyecto y que iba a invertir en él.

¿CÓMO NACE MERCADO LIBRE?

Yo estaba en Stanford y tenía que volver a trabajar a YPF que era la empresa que me había enviado a hacer el post grado a través de una beca que había ganado. En el medio, YPF se vende a una empresa estatal española, Repsol que era una empresa más chica, pero que se financiaba más barato que YPF y por eso la pudo comprar. La parte donde yo trabajaba que era el área de finanzas desapareció y yo decidí que no iba a volver. Estaba fascinado con internet, siempre las cosas de tecnología me atrajeron mucho y estaba viendo qué se podía hacer. Teníamos un grupo de compañeros de estudio con el que discutíamos mucho sobre las cosas que se podrían hacer, que tipo de empresas podríamos crear usando el internet. Estábamos muy convencidos que Internet iba a cambiar el mundo. Sentí que no tenía que volver y que tenía que armar una empresa, Stanford es un lugar que promueve mucho el emprendedurismo. Estudié varias opciones y la que más me atrajo fue la de armar un market place donde puedas vender y comprar de todo, por eso le pusimos Mercado Libre.

Comencé a través de la Universidad a contactar posibles inversores y así empezó.

¿CÓMO ERA UN BRAIN STORMING CON QUIENES DESPUES FUERON TUS SOCIOS CREADORES?

Ibas a almorzar, a tomar un café entre clases. Estábamos todos muy apasionados con esto que estaba sucediendo con el internet. En Silicon Valley, que es donde está Stanford, surge Yahoo, que fue de las primeras empresas importantes, eBbay, paypal. Todas esas empresas estaban alrededor de Stanford. Había como un espíritu pro emprendimiento. Habían charlas sobre qué hacer, como hacerlo, lo que yo llamo “charlas de café argentino”. En el café somos todos unos fenómenos, pero después nadie hace nada.

De hecho, mi idea nadie la siguió a excepción de Hernán Kazah que es un amigo y compañero mío de Stanford y al que pude convencer de que se una al proyecto, primero como part time y luego como full time. Es la única persona que siguió conmigo.

¿CÓMO DETECTARON LO QUE ESTABA FALTANDO, LA NECESIDAD DE LO QUE USTEDES QUERÍAN OFRECER?

Un poco de instinto. Había una necesidad y también mucha gente escéptica. De hecho, cuando finalmente escribí el plan de negocios de Mercado Libre, hice una encuesta con 20 personas, amigos de la Universidad, latinoamericanos. Los 20 me dijeron que no iba a funcionar. Este modelo en aquel momento funcionaba en Estados Unidos, Alemania y Japón, culturas muy distintas a las nuestras. Había un escepticismo muy grande con aquello de que dos personas que no se conocen, que nunca se vieron, una le compre algo al otro sin haberlo visto, sin haberlo tocado. La típica de que los latinoamericanos no somos éticos, de que uno va a “empomar” al otro, o que el otro no le va a pagar. Yo estaba convencido que era un tema de reglas claras. Yo vivía en Estados Unidos. Cuando iba a Argentina no respetaba las reglas de tránsito, por ejemplo, pero cuando volvía a Estado Unidos veía un cartel de PARE y paraba. Era la misma persona, pero ocurre que uno se comporta de una manera donde los premios y castigos son claros y de otra donde no lo son. Yo estaba convencido que si las reglas eran claras, la gente iba a responder y los latinoamericanos se iban a comportar igual que los americanos, los alemanes o los japoneses. Y fue así.